viernes, 25 de noviembre de 2011

Los Errores de la Humanidad



¿Merecemos llamarnos seres humanos simplemente por hablar, tener piernas y brazos, caminar erguidos y poseer algo llamado "razón"?


Autor: Ana Melia Angulo



Mi mamá me ha dicho que voy a un lugar feliz, donde podré ver las hadas de los cuentos con los que me enseñó a leer de pequeña donde los duendes me robarán los calcetines en cuanto me despiste, me atarán los cordones en un bello lazo pero los dos juntos, para ver si tropiezo. No es que sean malos, es que es su forma de divertirse y de jugar; nadie les enseñó los límites del bien y del mal.
Pero no entiendo nada; me han cuñado como al ganado y me han puesto un número por nombre. Mi mamá me dice que no me preocupe, que es como los dibujos que hacía yo sobre nuestra piel para divertirnos. ¡Pero si es ella la que lloraba mientras me abrazaba! Mi mamá nunca ha llorado por nada, siempre ha sido una mujer fuerte. Siempre está sonriendo y es muy dulce con todo el mundo.
No sé qué ha pasado; un hombre le ha pegado con algo... Me han arrastrado a mí, apartándome la mirada y después he escuchado un ruido muy fuerte. Mi mamá ha gritado de dolor. Quería abrazarla y volver hacerla sonreír. Ese estúpido hombre no me ha dejado. Le he mordido y arañado pero, de repente, todo se ha nublado y he despertado en un lugar en movimiento. Aquí hay tantos niños que casi me asfixio. Como ellos se sienten igual, no paran de moverse; me falta el aire, tengo mucha sed, sólo veo un resquicio de luz y me he imaginado que era tu sonrisa, mamá. Gracias a ello, he dejado de oír los gritos agudos, los lamentos. Parece como el cuento de Pinocho: cuando los niños se convierten en burros. El ruido es constante y rápido: trac-trac-trac, trac-trac-trac.
Mamá ya sé por qué gritaste: querías decirles que se equivocaron de tren, que éste nos llevaba al infierno y no era con el que tú, cada noche, me llevabas a mis dulces sueños, con bonitos seres alados. Mamá tengo miedo, mis ojos se han cerrado y no es porque esté en tus brazos.
Mami el mundo ha cambiado mucho. Recuerdo las pantallas en las que en el colegio nos contaban las tristes historias de la humanidad. La crueldad por creer ser diferente a los que se torturan, violan o explotan. Las grandes catástrofes de la humanidad, la crueldad de los conquistadores; la bestialidad de los nazis contra el pueblo judío; la iglesia manipulando la voz de un dios que prometía ser la esperanza, la que consiguió salvar Pandora en su caja; el comunismo que pensó ser una idea de igualdad y de paz, de compartir entre todos y acabó siendo miseria, censura y esclavitud.
Pensaba que todo eso era una película. Que nunca se sufrieron esos daños, que era como lo de vendrá el Coco y te comerá. Una historia para asustarnos, para aprender que eso está mal. Algo creado, irreal, de la retorcida imaginación de alguien para que nunca fuera real.
Mamá, ¿por qué los hombres intentan dominar sino se dominan a sí mismos? No se conocen a sí mismos y destrozan a los demás. Porque si tienen tanto... me falta la palabra. Es que nunca me enseñaste a decirlo con una palabra, pensaste que si sólo me enseñabas cómo se sentía y no la palabra, nunca podría llegar a aprender del todo lo que conllevaba y no sería capaz de crear lo que se llama el odio y la crueldad. Pero, ¿de qué sirve eso si estos hombres lo tienen reflejado en la mirada y llevan en las manos el poder de decidir sobre cada uno de nosotros? No tienen el brillo de la vida en la mirada sino miradas turbias.
Hemos escuchado por el megáfono que nunca volveremos con nuestras familias, que tenemos que ser el futuro estado y ser fuertes para defenderlo. La locura ha estallado en el tren. Se ve que sí que hemos aprendido eso que te arde como un volcán por dentro y que sale a base de furia y gritos.
Tengo, a lo que llaman un soldado a mi lado. Está vacío. Le pregunté si tenía familia, si tenía mamá como yo o hijas a las que sonreír como me sonreías tú a mí. El megáfono ha dicho que si nos convertimos en ellos, seremos la honra del estado.
El soldado me ha pegado un golpe que cerró mis ojos, mamá. Ya no se volvieron a abrir. Escuché varios ruidos como el que oí cuando te escuché gritar. He entendido que lo que llaman soldados es gente que no ha comprendido nunca las sonrisas como las tuyas y que detrás de la gente que maneja armas, había personas que no tenían vida, que no entendían el dolor y, sobre todo, no se entendían a sí mismos.
Mami, esos ruidos han cerrado los ojos de los demás niños; entonces, tú también los cerraste. Voy contigo mami, quiero que sepas que puedes estar orgullosa de mí, sonreí hasta el final. Aprendí más que todos los errores de la humanidad, aprendí más que todos los opresores. Comprendí que una vida sin felicidad y sin algo que te importe, como tú me importas a mí, no tiene sentido. Así como Sócrates dijo antes de vaciar la copa de cicuta “no llores por mí y sé feliz porque yo voy a un lugar mejor,” conseguí desviar mi tren hacia el mundo de aquel cuento, mamá. Siento el calor de tus brazos; algún duende debió hacerme el bello lazo y me caí mamá, porque está todo negro. Ahh! No es verdad, el resquicio de luz de tu sonrisa aún brilla.
Los duendes son como los soldados, no aprendieron lo que está bien y lo que está mal. Perdieron sus nombres, olvidaron cómo les llamaban con cariño... ¿Les pasará lo mismo a los duendes? ¿Se habrán olvidado de sus nombres? En cuanto llegue a escucharte, te lo pregunto mamá. El soldado no sabía que golpear estaba mal, por eso te pegó; deberíamos enseñarles, como tú me enseñaste a mí. Estoy segura de que si me quedo un poco más, me salen las orejas de burra. Sufro por los que se quedan despiertos, mamá; se convertirán en burros, soldados y vivirán una pesadilla bajando hacia el infierno en este tren negro como el carbón y sus corazones, perdiendo sus recuerdos, quedándose secos, sólo con una doctrina.
Yo podré despertar de la pesadilla junto a ti pero, ¿quién luchará por ellos? ¿Quién cuidará sus consciencias?
Hoy he aprendido a diferenciar la realidad de lo irreal. Y no me ha gustado. He estado pensando y me gustaría decirle ésto a la humanidad.
Sé que no se trata de cultura, de racismo, ni de política. Todos somos personas y, por ello, estamos a la misma altura. Puedo odiar o amar a una persona pero no a todos los que se le parecen. Cada uno es un universo y qué joya encuentras cada vez que ves la esencia de una persona. Te das cuenta que puede hacer lo que quiera, que sabrás cómo actuará. Sabes qué es lo que desearía, ante qué aparecería esa sonrisa, que hace que te brillen los ojos como si fuera la primera vez que comprendieras el significado de la palabra felicidad. Si alguien estuviera en el corazón de cada hombre, si cada uno de ellos comprendiera la esencia de otra persona, os aseguro que la mayoría de los desastres más grandes de este planeta no existirían: la codicia se extinguiría, la soledad y la tristeza no dominarían a la gente y de esta forma podrían controlar sus propias vidas, se entenderían a sí mismos e intentarían hacerlo con el resto. El estado no sabe que el mayor tesoro es el que no pueden arrebatar a nadie, algo que perdieron en el mismo momento que menospreciaron otra esencia. Y es que ellos eran tan grandiosos como toda la gente a la que intentaron presionar e hicieron algo peor que pegarse un tiro, llenaron su alma de odio y nunca la podrán recuperar. Tú, mamá conseguiste que nunca llegara a acabar de conocer ese sentimiento, gracias. Todas aquellas personas que murieron como nosotros serán recordados con amor por otras esencias e incluso si escribieron, se quedará su calor en el mundo pero de los opresores sólo podrán escribir los historiadores como otra alma vacía más, en esta gran lista de errores. El gobierno más excelente no es un gobierno fuerte en armas sino uno que conoce la esencia de su pueblo: donde gobierno y pueblo son uno.
No hay esencias de diferentes valores, sólo gente que erró al ver con la vista. Todas las esencias tienen un mismo fin. Todas desean un trayecto feliz.
Mami, nosotros ganamos al estado. 

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