viernes, 11 de marzo de 2011

Volver a nacer


Hay ocasiones que la vida nos pone a prueba para ver si somos capaces de reaccionar. ¿Puede un trágico acontecimiento, hacernos reaccionar a tiempo y cambiarnos por completo?

Autores: Roberto Fernández y Sara Cendón


Antes de comenzar con el relato, quiero pedir disculpas y rogar a tod@s aquell@s que lean esta historia y les resulte dura o encuentren párrafos que no tengan la claridad suficiente como para ser entendidos a la primera, tengan paciencia y entiendan que gran parte del relato ha sido escrito basándose en los recuerdos de otra persona puesto que los míos están confusos.
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Aquella mañana amenzaba con lluvia y nieve. Como siempre, había salido con tiempo de casa para llegar al trabajo, no sin antes haber discutido con mi hermano por dormirse, como venía siendo habitual cada vez que salía la noche anterior y, seguro, llegaría tarde al trabajo a pesar que lo negara alegando que llegaba con todo el tiempo del mundo. Normalmente, los dos íbamos juntos en la Renfe pero no hasta el final debido a que tomábamos caminos diferentes pero, por lo menos, llegábamos juntos hasta Atocha, donde hacíamos intercambio para tomar otro tren con destino a Recoletos, donde me apeaba mientras que él seguía su camino; pero aquella mañana, al dormirse y yo entrar más tarde, nos fuimos por separado: él salió diez minutos antes y yo, cuando llegué a la estación de El Casar, tuve el presentimiento que algo malo iba a ocurrir y cambié mis hábitos diarios: dejé pasar el tren que siempre tomaba, cogiendo otro que no tenía ninguna parada hasta el final del trayecto: Atocha, donde llegaría sobre las 07:30h, aproximadamente y no me metí en el primer vagón (donde, aunque siempre iba sentada, me sentía como una sardina enlatada) para colocarme por el medio del convoy que, aunque tuviera que andar un poco más al llegar a la estación, me dejaría cerca de las escaleras.

Montada ya, me dispuse a hacer lo de siempre: leer un libro. Aquel día, al haber indicado que era más que probable que nevara y/o lloviera puesto que el invierno todavía no nos había abandonado, llevaba la equipación completa: gorro, bufanda, guantes y un buen forro polar de color blanco y, además como había quedado con mi novio para ir al gimnasio después del trabajo, llevaba una enorme mochila.

Serían las 07:38h cuando el tren se paró a 500m de Atocha, en aquel momento no supe dónde estábamos parados exactamente pero, tiempo después, me indicaron que era la calle Téllez, aunque en aquel momento, lo único que me importaba era que me quedaban un par de minutos para llegar a mi destino. Al ver que no avanzábamos pero el tiempo sí que lo hacía, levanté la cabeza del libro y miré por la ventana y pude comprobar que, mi compañero de asiento, un señor de unos 40 años, no paraba de mirar el reloj, cosa que me hacía sentir bastante molesta porque en los escasos minutos que estuve mirando por la ventana, era más que probable que hubiera mirado el reloj como unas veinte veces o quizás más, seguramente porque llegaba tarde al trabajo. Tras contemplarle durante un tiempo, que me parecieron siglos, me fijé en el edificio que estaban reconstruyendo y el primer pensamiento que me vino a la cabeza fue "hay que ver lo pronto que empiezan a trabajar. No son ni las ocho y ya están levantando polvo", así que bajé la vista de nuevo al libro, concentrándome en él. Reanudamos la marcha en breve pero más brusca fue la frenada, cosa que hizo que casi terminara encima de la señora que tenía enfrente; pidiéndola disculpas, me dirigí hacia la ventana, donde todos se habían acercado a mirar a ver qué pasaba. Y entonces todo dejó de tener sentido para mí. Justo en ese momento, el penúltimo vagón del tren que estaba a la par del nuestro, se alzó por encima de las vías para caer encima de ellas convertido en un gran amasijo de hierros doblados ennegrecidos: una parte se elevaba hacia el cielo como pidiendo ayuda mientras que el resto parecía confundirse con las vías al mismo tiempo que la gente corría, de un lado a otro, entre las vías. Mientras mirábamos esta escena a través de la ventana, en nuestro tren se habían cerrado las puertas a la vez que desde megafonía, nos rogaban que nos apartáramos de las ventanas y nos colocáramos en el suelo, todos juntos pero nadie hizo caso porque permanecimos apostados en las ventas, intentando comprender qué estábamos viendo.
Sin prestar atención a lo que hacía, me aparté de la ventana, dejando mi sitio a cualquiera que quisiera acercarse a mirar por ella y me senté en un asiento donde, con toda tranquilidad, me quité el gorro, la bufanda y los guantes; recogí la mochila del suelo, la coloqué encima de mis piernas y metí todo en su interior. Inmediatamente después,  saqué el móvil de uno de los bolsillos del abrigo y llamé a mi novio para que avisara en la empresa de mi retraso.

¿Qué habrías hecho tú? Ahora que lo pienso friamente y habiendo pasado un tiempo, se me ocurren mil y una formas de cómo tenía que haber reaccionado en aquella situación pero tengo que reconocer que cuando sufres una impresión tan grande como aquella, tu cerebro no reacciona como lo haría en circunstancias normales pero, como ya he dicho, la realidad había dejado de existir.

Cuando mi novio contestó al teléfono, me encontraba mirando por la ventana y con voz temblorosa, intenté decirle lo que estaba viendo pero como no sabía por dónde empezar, solamente le pude decir que llamara a la empresa para decirles que me iba a retrasar y prometió hacerlo.
Nada más colgarle, mi hermano me llamó para preguntarme dónde me encontraba y si necesitaba que bajara a buscarme. Ahora, echando la vista atrás, cuando pienso en esas palabras, sonrío y pienso que fui una estúpida por creerle en el trabajo y que bajaría desde la otra punta de Madrid a buscarme cuando, en realidad, estábamos a unos metros el uno del otro, sin yo saberlo. Con toda la tranquilidad que había en mí, hasta ese momento, le indiqué que no se moviera del trabajo que yo me encontraba bien pero mi hermano volvió a insistir diciéndome que estaba en la calle haciendo unas gestiones y que, si lo necesitaba, bajaría a buscarme pero yo le reiteré que estaba bien; intenté preguntarle si sabía lo que había pasado pero, claro, si él estaba en el trabajo no podría saberlo puesto que hacía escasos minutos que había pasado; se comprometió a llamar a casa para tranquilizar a mamá y la abuela.

Acto seguido, el señor que había estado sentado conmigo durante todo el trayecto, me pidió el móvil para poder llamar a su mujer y decirla que se encontraba bien; después de aquello, no entraron más llamadas a excepción de mensajes con llamadas perdidas y demás.

No sé cómo pasaron los acontecimientos posteriores, solamente recuerdo que me encontré en la puerta del tren, con la mochila a los hombros, con la bufanda, guantes y gorro puestos y alguien cogiéndome por las axilas para sacarme fuera del tren. Cuando reaccioné, me encontré en las vías y, mirando a mi alrededor, no pude creer lo que veían mis ojos ya que parecía un decorado de una película digna de Hollywood pero intuí que aquello era real: gente esparcida por las vías y sangrando, otras sentadas en raíles, ya oxidados por el paso del tiempo, mientras les limpiaban la sangre que tenían por todo el cuerpo unas personas vestidas con colores llamativos y otras, corriendo de un lado para otro de las vías, en busca de una salida. Recuerdo que me quedé parada durante algún tiempo sin saber qué hacer ni dónde ir: tanto si iba a la derecha como a la izquierda, me encontraba el mismo panorama: gente "tumbada" en las vías, gente dentro del tren ennegrecidas (así era como las veía ya que mi cabeza no aceptaba que aquellas personas dentro del vagón, estaban calcinabas) y cuyas cabezas quedaban apostadas a las ventas, como si se estuvieran echando un sueñecito, a la espera de llegar a su destino y otros, empotrados contra las vallas que separaban las vías de la calle.

Intenté acercarme a aquel tren para ver si podía ayudar pero algunas de aquellas gentes con colores llamativos me impidieron el paso, preguntándome "si me encontraba bien y si necesitaba ayuda", a lo que contesté que "sí, que me encontraba bien, que quería ayudar pero que no me quería manchar mi abrigo blanco". ¿Os podéis creer en qué tipo de cosas se piensan en esos momentos? Pero así era. Obsesionada con mancharme mi abrigo blanco y, ahora, echando la vista atrás, cuando algún amigo menciona el tema o cuando abro la puerta del armario y lo veo ahí colgado, no puedo evitar sonreír.
No sé cómo salí de allí pero, de repente, me encontré detrás de las vías, en la acera de una calle paralela, pegada a la pared de un bloque de pisos mirando hacia donde había venido: un terraplén de arena por el que me lancé junto con mi mochila y, evidentemente, me manché el abrigo blanco; en aquel momento no sabía cómo se llamaba y, solamente, unos años después, cuando la niebla empezó a despejarse de mi mente, pude empezar a comprender algunas cosas.
Allí apostada, pude comprobar cómo un chico intentaba auxiliar a una chica que, literalmente, estaba "clavada" en la valla y observé cómo su rostro se contrariaba, cómo aparecía la desesperación, la ira y la incomprensión, llevándose las manos a la cabeza y mirando todo el rato, hacia atrás.
Recuerdo que una señora se acercó a mí, preguntándome lo que todo el mundo estaba haciendo esa mañana pero, una vez más, contesté lo mismo con voz temblorosa pero a su vez, le pregunté "el nombre de la calle en la que estaba y si sabía dónde había algún bar para tomarme algo calentito", puesto que era lo que me estaba pidiendo mi novio que hiciera en los mensajes que me entraban. La señora, muy amable, me indicó el nombre de la calle y dónde había una cafetería pero cuando llegué allí, me quedé parada en la puerta, sin llegar a entrar, porque no tenía dinero, me lo había dejado en casa, en otro abrigo; así que busqué un sitio donde sentarme y esperar a que viniera mi novio a buscarme.
Los acontecimientos siguientes, no sé cómo sucedieron realmente: recuerdo que me senté en un banco, delante de unos cubos de basura, agarrando fuertemente la mochila con mis manos y sin mirar a nadie. Sé que un matrimonio se me acercó y me hicieron preguntas para las que no tenía respuesta y, también, un chico que se quedó a mi lado hasta que mi novio apareció. Ahora lamento no haberles escuchado cuando me ofrecieron su ayuda pero, qué podía haber hecho en las condiciones en las que me encontraba.
           

            Y por fin llegó y con su abrazo me devolvió de nuevo a la realidad. Y fue en ese instante cuando, por fin, me permití llorar.

            He perdido dos años de mi vida donde no recuerdo qué es lo que he hecho. Sé que aquel día volví a nacer.

3 comentarios:

  1. Mucho ánimo cariño. Se que escribir esto te habrá costado mucho. Un abrazo

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  2. Una historia muy intensa, llena de dramatismo y emotividad.

    Has plasmado muy bien las sensaciones sentidas, y me gustaria destacar este relato por que golpea directo como una roca.

    Un relato duro.

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  3. Muchas, muchas gracias. La verdad es que el que más me ayudó fue Rober... con las cosas que recordaba, él me ayudó a redactarlo o a escribirlo por completo. Muchas gracias. Un besazo.

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