sábado, 26 de enero de 2013

Una triste despedida


La mejor razón para esperar sin miedo la muerte es pensar que es inevitable.


Autor: Sara Cendón

Esperaba aquel día desde hacía meses pero que hubiera llegado por fin, me destrozaba el corazón. Sabía que llevaba enfermo mucho tiempo y, a pesar de que los médicos hubieran dicho que esperáramos lo peor, no podían especificar cuándo sería el día señalado.

El trastorno que padecía era muy raro: igual avanzaba que retrocedía. Los doctores no daban crédito a los resultados que obtenían de las pruebas diarias. Algunos de ellos, incluso, nos comentaban que era inaudito que el cuerpo de nuestro padre aguantara las duras pruebas a las que lo sometían.

Una mañana, la jefa del equipo médico que lo atendía, reunió a toda la familia en su despacho para darnos las últimas noticias.

- Antes de nada, quiero agradecerles la entereza con la que se están adaptando a esta situación. Llevo mucho tiempo con este tipo de enfermos y sus familias nunca han soportado esta dolencia tal y como lo están haciendo ustedes- dijo tomando aliento a la vez que mareaba papeles de un sitio a otro de la mesa. Al final, optó por amontonarlos todos a su derecha y coger un bolígrafo al que mordisqueaba sin parar-. Quisiera indicarles que las últimas pruebas que le hemos hecho nos han dado resultados alentadores pero, anoche, cuando le estábamos haciendo la última y definitiva, nos alarmamos bastante. Los resultados no son nada favorables: pulmones, hígado, riñones, estómago e intestinos están, prácticamente, deshechos.

Nos miramos los unos a los otros con el alma por el suelo y lágrimas inundándonos los ojos. A pesar de ser el más pequeño de la familia y apenas estar con mis padres, tenía la misma preocupación que los otros por su estado de salud así que la pregunté:

- ¿Eso qué significa exactamente?

La doctora giró la cabeza para mirarme y dejando de morder el bolígrafo contestó:

- Significa que, hasta que el corazón deje de latir definitivamente, su padre está clínica muerto.

- ¿Está en coma?- preguntó uno de mis hermanos desde el fondo del despacho, apoyado en la pared.

Ella miró a mi hermano y le contestó:

- No. Su padre no ha entrado en coma... todavía. Puede que entre en cualquier momento o no entre nunca. De hecho, estamos sopesando todos los miembros del equipo, someterle a un coma inducido para que, en el momento en que todos los órganos dejen de funcionar, el trauma sea menos grave. Quiero indicarles que, ahora mismo, el enfermo siente todo lo que sucede a su alrededor, puede hablar con ustedes con mayor o menor dificultad y, sobre todo, su corazón sigue latiendo pero necesito que estén preparados y unidos porque lo peor va a venir ahora- dijo definitivamente.

- ¿Qué hay peor que lo que está pasando ahora?- preguntó el mayor de mis hermanos mientras se aguntaba las ganas de chillarla con todas sus fuerzas. Él era uno de los que más apegado estaba a mi padre y toda aquella situación se le estaba escapando de las manos y verle sufrir de aquella manera, nos hacía angustiarnos más.

Lo que más nos dolía era el rodeo que se estaba dando al hecho de decirnos que el final de nuestro progenitor estaba cerca. Yo creo que eso era lo que más atormentaba a mi hermano y, si no me equivoco, al resto de la familia. Este hecho hacía que nuestra agonía se alargara mucho más. ¿Por qué no podía decir que le quedaban X horas o el tiempo que fuese? ¿Por qué no era franca con todos nosotros? Nos decía que está asombrada por lo bien que estábamos sobrellevando la dolencia de nuestro procreador pero seguía sin ir directamente a lo que nos interesaba. ¿Por qué?

Se hizo el silencio en la habitación. Nadie habló hasta que me atreví a preguntar:

- Doctora, ¿por qué no es sincera con nosotros?- pregunté mirándola con fuego en los ojos-. Es decir, sé que es difícil decir lo que nuestro padre tiene pero preferimos que vaya directamente al meollo de la cuestión antes de dar tantos rodeos porque lo único que hace es que nos agobiemos más de lo que estamos. Nos está diciendo que le asombramos por lo bien que lo estamos encajando todo pero ¡¡no tiene narices a decirnos cuánto le queda o cuál es el estado real de su padecimiento!! Por favor, no le estamos pidiendo que nos mienta para hacernos sentir mejor... ni que nos mande a casa diciendo que aguantará otra noche, otro mes, otro año... no, es todo lo contrario. ¡¡Necesitamos que nos diga la realidad sobre su situación!!- dije levantándome de la silla con tal fuerza que ésta casi se cae al suelo y dirigiéndome a la mesa donde se encontraba la doctora, apoyé las manos con un golpe sordo, que hizo que ésta se sobresaltara de tal manera que su rostro se volvió pálido. Con los ojos llorosos, no sé si de rabia de qué y con la voz temblorosa, comenzó a decir:

- Está bien. No sabemos a ciencia cierta cuándo dejará de latir su corazón pero creemos, que ésta será su última noche. Consideramos que para que no sufra más, lo mejor sería inducirle un coma para que, llegado el momento, tanto él como ustedes no lo noten. Para su padre será como estar soñando mientras que para vosotros será el fin de una larga agonía.

Parece que el hecho de sincerarse nos tranquilizó pero a mí me hizo todo lo contrario. No pude más y me derrumbé. Seguí apoyado en la mesa mientras rompía a llorar. ¡¡Dios, qué sensación tan rara cuando oyes todo lo llevabas anhelando tanto tiempo!! No es una sensación de euforia, sino más bien todo lo contrario: un enorme vacío en tu interior; es como si alguien te estuviera hurgando con un tenedor o algo similar. ¡¡Sentía ligeros pinchazos que aumentaban de intensidad a medida que intentaba respirar!! Pero... ¡¡costaba una barbaridad!!

Mi madre se levantó de la silla y se acercó a mí pasando un brazo por mi cuello y dándome un beso en la mejilla, me dijo:

- Cariño, no te preocupes. A él no le gustaría verte así. Debes recordarle como era: un gran hombre con un gran corazón. Eras su ojito derecho y siempre velará por tí. Recuérdale con cariño, alegría como la última vez que le viste, como si estuviera de viaje y fuera a regresar en cualquier momento, trayéndonos su jovialidad, contagiándonos su risa y su excelente sentido del humor.

La miré sin poder evitar seguir llorando pero, al mismo tiempo, con un gesto de tranquilidad cogí su mano entre las mías y llenándola de besos, asentí con la cabeza.

1 comentario:

  1. Estupendo relato. Corto, sencillo y conciso, consiguiendo una gran empatía en el lector sobre todo lo que ocurre. ¿Ves como cuando quieres puedes??? Ahora solo debes seguir por este camino y dejar volar tu imaginación para deleitarnos con más relatos de esta calidad...

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